- Samuel Prieto Rodríguez
El cine mexicano, tan cerca y tan lejos de su Época de Oro

El cine mexicano tiene puesto el acelerador a fondo. Inició 2018 con Una Mujer Sin Filtro en el segundo lugar en taquilla durante su primera semana de exhibición, sólo detrás de la hollywoodense La Forma del Agua. A lo largo del año se esperan bastantes más estrenos como La Leyenda del Charro Negro o Lo Más Sencillo Es Complicarlo Todo.

Suena y pinta bien ¿no? Pero haciendo zoom out para ver más globalmente a esa industria en el país, la gran pregunta es ¿cantidad o calidad? El Instituto Mexicano de Cinematografía se ufana de que en 2017 se produjeron 175 largometrajes frente a los 135 de 1958, hacia el final de la Época de Oro. En 2016 fueron 162 y así, el número ha ido creciendo.
Veamos. En 1958 Estados Unidos ya estaba saliendo de la era de la postguerra; Hollywood se espabilada y se quitaba las chinguiñas; el año anterior había muerto el máximo ídolo del celuloide nacional, Pedro Infante, de forma por demás trágica; la recién nacida televisión abierta estaba en pleno florecimiento y quitándole un buen tramo de terreno a las salas de proyección; en fin, la Época de Oro del Cine Mexicano estaba llegando a su pináculo en cuanto al número de obras producidas pero también a su final.
Teníamos comedia, mucho drama, incluso tramas complejas, intrigas y policiacas, guiones, una buena cantidad de directores y estrellas de renombre, habíamos contado con la inmigración de creativos y técnicos de Hollywood que se refugiaron en México durante la crisis que ocasionó en su país la Segunda Guerra Mundial, se crearon clásicos que se volvieron inmortales, en fin, las circunstancias eran muy distintas.

Hoy ¿qué tenemos? No queda claro si rumbo, aunque sí una estrategia más o menos definida. Los presupuestos de una película mexicana no tienen nada que ver en competitividad, la industria está copada por los mismos de siempre haciendo lo mismo de siempre, aferrados a la zona de confort, dependiendo lo más posible del dinero y los estímulos gubernamentales.
En el país de los absurdos, el séptimo arte no se salva de tener varios. Además de tratar con un paternalismo excesivo a la producción, ahora el Imcine dará apoyos a los exhibidores mediante créditos blandos a cambio de que proyecten películas nacionales, anuncio su director, Jorge Sánchez, en diciembre. ¿Qué no tendría mucho mejor beneficio para todos hacer tan buenos filmes que exhibirlos no sea opcional?
Un cuestionamiento todavía más agudo pero muy legítimo sería: si se liberó el precio de la tortilla, el del gas, el de la gasolina y otros que inciden directo en el bolsillo y el bienestar de las familias mexicanas, ¿no es hora de liberar la producción cinematográfica, sacarla de esa zona de confort y ponerla a competir en una verdadera economía de mercado? Seguro que produciría mucho menos, no mediría su éxito en cantidad, pero qué hitazos creativos y competitivos estaría obligada a generar en esta época en que los contenidos originales premium están cotizadísimos en cada vez más plataformas.
En contraposición, de los 175 filmes mexicanos del año pasado, 96 se financiaron con recursos públicos. ¿Cuántos pasaron por las salas de proyección? 85 y de esos ¿cuántos fueron verdaderamente rentables? De acuerdo con el propio Imcine, estas son las películas apoyadas por el Estado con mayor asistencia durante 2017.


Visto así, únicamente 6 lograron vender más de un millón de boletos. Todas ellas son comedias por lo que el género volverá a ser la apuesta grande este año. Sólo 5 filmes tuvieron ingresos superiores a los 100 millones de pesos. En 2017 la suma de los estrenos nacionales reunió a 21.5 millones de espectadores.
Ajá ¿y eso qué? ¿Qué tan malo es? Vayamos al otro extremo. En su primer mes, Coco, la película de Disney-Pixar sobre la tradición mexicana del Día de Muertos, ya había recaudado más de 1,000 millones de pesos en ingresos y una audiencia de 21.6 millones de personas en el país, es decir, más que todas las películas nacionales del año juntas. Claro, estamos hablando de todo un récord pero nos ilustra el potencial de mercado que puede tener aquí un buen contenido cinematográfico.

"Hay suficiente producción para estar estrenando una película por semana. Ojalá todas fueran atractivas y bien contadas", dice René Bueno, director de Lo Más Sencillo es Complicarlo Todo.
Pero en serio, ¿muchas películas con presupuestos, guiones y producciones tan mediocres que es necesario rogar a los exhibidores para que las programen es la ruta? ¿No sería mejor apostar por la calidad en vez de la cantidad?
Hay que replantear la estrategia. Con respecto a su Época de Oro, el cine mexicano está tan cerca en cantidad y tan lejos en calidad dentro del contexto técnico e histórico de este año y 1958, que simplemente no hay punto de comparación.