- Samuel Prieto Rodríguez
La alucinación de Ana y Bruno

La película en general, su calidad audiovisual, su guion, sus personajes y el conjunto, son de primer nivel. No le pide nada a producciones de Disney o Dreamworks en prácticamente ningún aspecto.
La historia desata polémica sobre su clasificación por los temas que aborda, pero lo hace de manera tan eficiente que para los chavos no representa problema alguno. Como si no vieran cosas mucho más fuertes y realmente inapropiadas en los horarios estelares de la televisión abierta.
Tras el estreno en salas de proyección mexicanas el 31 de agosto, según la Canacine, Ana y Bruno recaudó apenas 16.8 millones de pesos en los primeros 10 días. Desglosando un poco más, el nivel de afluencia en la primera semana, que es regularmente la más fuerte, fue de 300 mil personas que generaron ingresos por 12.9 millones. En los 3 días siguientes, la popularidad bajó tan de sopetón que la vieron ya nada más 82 mil espectadores que desembolsaron 3.9 millones de pesos.
Considerando que la producción costó por ahí de los 108 millones, nomás no es negocio. Lo normal es que una obra cinematográfica recupere su inversión con las funciones en las salas de su país de origen. En cuanto a distribución, arrancó con mil salas, o sea, un promedio de 200 espectadores por cada una o 20 personas por función durante el primer fin de semana.
¿Qué tan poco es eso? Bueno, vayamos al otro extremo. El año pasado, Coco, la cinta de Disney sobre el muy mexicano día de muertos, fue un hitazo que recaudó 535.37 millones de pesos en sus primeros 10 días, con 11 millones de espectadores en 3 mil 500 pantallas.
¿Qué cambió? ¿Qué falló? Recordemos, incluso, que Ana y Bruno iba a estrenarse originalmente en México con ocasión del día de muertos de 2017 y no sucedió justamente para que Coco no le hiciera sombra. Terminó llegando a las pantallas el 31 de agosto pasado, sin mayor pena ni gloria, ni promoción real, en fechas en que las vacaciones acaban de terminar y todos están gastados y enfocados en el regreso a la realidad.
“El reto que tenemos es que estamos compitiendo contra muchísimas películas y los filmes de Estados Unidos valen mucho más, pero también tienen un presupuesto de publicidad gigantesco y nosotros como independientes estamos metiendo 11 millones de pesos en publicidad, que es poco, pero confiamos en que la gente hablará bien de la película”, decía Pablo Baksht, el productor general, antes del estreno refiriéndose hasta a un estudio de mercado que auguraba bastante éxito.
De cualquier forma, las obras cinematográficas mexicanas nunca son hits de taquilla reales, entre otras razones por políticas, burocracias y demás plagas que hemos descrito y analizado varias veces.
Se habría esperado que el caso de Ana y Bruno fuera muy distinto. Como decíamos, su manufactura es muy superior a la de otras cintas animadas mexicanas y la inversión en tiempo y dinero fue descomunal. Aquí mismo en El Despacho del Productor, relatamos desde junio de 2017 los esfuerzos técnicos y financieros que implicó su realización.
Originalmente se planteó alguna coproducción con países europeos pero “la película se iba a 40 millones de dólares. Era más costosa en el extranjero de esa forma”, contaba el director Carlos Carrera en abril de 2017, así que comenzó a trabajar en México con 40 animadores de Lo Coloco Films, Grado Cinco, Ítaca Films y Anima Estudios.
Quedándose en el país, con algunos malabares financieros y estirando cada billete, logró bajar el costo hasta algo más de 5 millones de dólares, o sea, unas 8 veces menos de lo que habría sido en alguna otra parte y aun así 4 veces el presupuesto de una película mexicana promedio.

Lo que sucede con Ana y Bruno es un reflejo muy claro de los defectos que tenemos los mexicanos. Podemos ser muy creativos, podemos crear productos de una calidad incuestionable y hasta producir grandes obras de talla mundial, pero no sabemos venderlas ni al mercado local ni al mundo. Hacer bien el trabajo, sólo es la mitad del trabajo.